Las lecturas sufíes son algo de lo que uno nunca se arrepiente de haber realizado. El destacado exponente y divulgador del sufismo en occidente, Idries Shah, denomina Idiota al máximo nivel de iluminación o contemplación que aquella doctrina busca alcanzar. Idiota en términos de ver, captar, sentir, entender muchísimo más que sus semejantes. Tanto así que sus hermanos lo llegan a captar como si de verdad lo fuera, en el sentido peyorativo de la palabra. Otra vez lo mismo que en mi primer post, risible, que causa irrisión o burla. Buscando arreglar los sentidos, al contrario que lo hizo el poeta francés Arthur Rimbaud, poéticamente lo solucioné en mi libro Fé con la denominación “un adelantado al pasado”.

Va hacia atrás, más atrás en el tiempo, mucho más, tanto así que a corto andar queda en la vanguardia del espíritu humano. Ése idiota es el protagonista de la puesta en escena de la presentación de mi primer libro en San Bernardo, por allá a comienzos del dos mil. Quien escribe, daba la bienvenida al público, agradecía su presencia, y lo que las buenas costumbres exige, cuando de improviso del público tres hombres lo increpan de “falso”, “impostor”, “fraude”, etc. Él sigue impasible su discurso aprendido. Que la pasión, que la fe, que el amor… Otra y otra vez insultos y gritos. El respetable se incomoda y hace barullo. Entonces éstos “ajusticiadores” suben al escenario y le dan una feroz golpiza. “Te lo advertimos”, “para que escarmientes”. Lo dejan tirado en el piso y se van. Ellos saben la razón del por qué la paliza, inclusive el afectado lo sabe. “No te queremos ver más en cosas semejantes”. Pero el público no lo sabe. Este hombre primordial que conversaba animadamente con el público-mundo se interna entonces bruscamente en el mundo de la verdad, de su verdad. Y como todos lo hemos hecho, a través de un sencillo espejo. Es ahí donde dos sibilas lo vendan con una gasa oscura, dejándolo ciego al mundo que tantos y tantos llaman “el mundo real”.

Buscamos recrear el mundo fantasmagórico de los sueños, el que se mueve en otra coordenada espacio-tiempo, el tiempo mágico, eterno, donde todo es real en la medida que lo creamos así.  Hasta el día de hoy me emociona que como “director” de esta sencilla puesta en escena, mucho más sencilla que las del “Cabaret Mystique” de Jodorowsky en Paris, logré entusiasmar a un grupo de promotoras y asistentes que teníamos en la agencia de publicidad que dirigíamos en ése entonces. Tomaron mi mano y nos internamos en el mundo de Alicia, pero ahora la de los horrores. Horror en tanto todos saben tu verdadera verdad, excepto tú. El hombre que parecía que se las sabía todas, caminaba por ahí con una inmensa mancha de sangre en su alba camisa bien planchada. Va de sorpresa en sorpresa: todo en su vida era mentira, engaño, ilusión. ¿Estuvo tan mala la golpiza?. Se despierta en “el otro lado”, y allí también asiste su mujer a esta cena funesta de vino,pan flores y candelabros, su cena íntima, su última cena: “A medianoche, el alma cena con sus victimarios, tú ,a quien más y más he amado…¡me traicionarás!”.

Es ella precisamente la que lo entrega a los ajusticiadores, eso mismos del allá, la de la golpiza en el escenario. Lo arrastran a la cruz…y ahí lo crucifican implacablemente. Qué parecido, demasiado parecido: juegan a los dados con su raído hábito, ¡Salve, salve, al rey de los idiotas!. Mientras su mujer y la plebe coquetean y cuchichean acerca de lo perfecto que les resultó su plan. Entre sangre, y lágrimas medita: “Cae y cae la niebla sobre tu recuerdo: pero ¿de qué color era tu sonrisa, cuál el sonido de tu mirada?”. Efectivamente esta separado, escindido. James Joyce lo llamaría Exiliado. Ya se presiente su próxima estación: “Nihilo”, la nada, donde ya el sabio afirmaba en la antigüedad: fuera de la nada, nada.

La obra tiene varias estaciones y va de la estridencia y los gritos del Daño y la Sed a las sutilezas de Nihilo y Quietud.  El audio que dejo con éste artículo  acompaña para cuando el Fuego muere. Su fuego. La primera vez que escuché la ópera sagrada-pagana “Flamma,  Flamma, el réquiem del fuego”, de Nicholas Lens, casi lloré de emoción. Por fin alguien había visto el hilo delgado entre la la luz y el atardecer. El sagrado mundo de lo divino y lo otro desposados armoniosamente. Ocupé el corte 14 “Ardeat Ignis” para su estadía en el “desierto blanco”: por fin ve con sus propios ojos, pero ahora ya no hay conclusiones claras y contundentes, sólo preguntas: ¿cuál es el color del azul?…sabias afirmaciones: “el color de la risa es azul como el llanto. Llorar a solas es un rito sagrado”.

Por fin es otro, más siempre quedará la duda, tal vez siempre fue el mismo, más sólo, como habitualmente ocurre a estas alturas de la novela, el interesado es el último en enterarse…

 

Quién sabe si nos volveremos a tropezar en algún escenario del mundo con ésta obra, la forma más extraña y divina de entrar en razón, como el cielo llama “la economía de la salvación”.