Me imagino que alguna vez intentó contarle o compartir un secreto con alguien que no estaba preparado para entenderlo, o captarlo. El resultado es habitualmente el mismo: usted termina de culpable o siendo tratado de loco o de enfermo. Esto pasa por haber transgredido el básico principio que dice: “contarle la verdad a alguien que no está preparado para entenderla, es lo mismo que mentirle”. Y precisamente ésa es la ira que se desata contra quien comete esta grave equivocación: ira implacable por haber engañado. La arquitectura de la vida no perdona cometer tan simple e infantil error. La información, para que sea útil y relevante debe obtenerse en el momento y en la forma adecuada. De otra forma, no pasa de ser un chisme y así se valora.

Nunca antes, nunca después. En el momento justo y adecuado. Cuando se obtiene, si no se posee las capacidades mínimas para entenderla, no pasa de ser algo sin valor ni importancia. Si no se posee la experticia para valorarla, no deja de ser un simpático evento, que de tan superfluo, se deja pasar. ¿Se logra entender el daño que hacemos a nuestros semejantes en anunciarles eventos futuros o cosas del por venir?. A pesar del buen prestigio que tiene quien posee la visión profunda o doble, a pesar del prestigio del vidente y del medicine man, la verdad que está velada, es por eso mismo que lo está: porque no debe ser revelada. Revelar es quitar el velo que cubre algo. Mostrar lo que está subyacente. Pero para revelar se debe tener autoridad y poder para hacerlo, de otro modo sólo se aja el misterio y degrada lo verdad implícita. La cooperativa de videntes y charlatanes que nos acompañan en nuestra vida cotidiana podrán ver muchas cosas ocultas, fantásticas y hasta tremendas, pero de poco les sirve todo éso si ignoran la letra a del alfabeto del conocimiento: revelar algo a quien no está preparado para entenderlo o aplicarlo, sirve para causarle más daño que beneficio en su vida. No deseo ser pedante, pero precisamente es por aquella misma razón que un niño de cuatro años va al jardín y no a la universidad. ¿Se ha fijado la multitud de seres humanos que andan por ahí rasgando velos, abriendo portales, husmeando por los tejados  de los templos?. Dicen que quieren saber, que desean conocer lo que está escondido u oculto. Que están dispuestos a todo para lograrlo. Pero en sencillo lo que buscan es influencia y control: lo ignorado para influenciar las conductas, lo desconocido para controlar las conciencias. ¿Logra percibir de lo que realmente estoy hablando?. Correcto. Miedo. Miedo pánico a que la vida y los seres humanos se muevan y comporten libremente. Ahora recién nos estamos entendiendo: ¿pero por qué ése miedo paralizante a querer clavetear la realidad para controlarla?. No quiero pecar de ingenuo, pero éstas preguntas habitualmente nadie las formula, y por eso mismo parecen hechas por un niño desestructurado: ¿De qué sirve saber lo por venir y el pronóstico futuro, si no logramos siquiera controlar lo que está frente a nuestras narices?. ¿Verdad que suena a evadirse de lo obvio, abstraerse de lo evidente, para ocultarse en lo que está en barbecho en la masa informe del futuro?. No por nada el principio básico para subir el peldaño más simple en la fe, es no querer saber, porque de otra forma la fe no tiene el más mínimo sentido. Con la fe, aprendes a dar nombre a las cosas que no tienen nombre aún, aprendes a esperarlas sin el menor atisbo de ansiedad o angustia. Por la simple razón que son tuyas, por la sencilla razón que siempre lo fueron.

El mito antiguo de Orfeo y Eurídice lleva implícito aquel aprendizaje de no necesitar ver para poder creer. La súbita muerte de su querida Eurídice mordida por una serpiente al huir despavorida de Aristeo que quería violarla, hace que Orfeo quiera ir a rescatarla al mismo infierno, y allí seducir con su exquisita música a Caronte, al barquero que cruza las almas por el doble lago de fuego; luego al can Cerbero, y finalmente al mismo Hades, dueño y señor de aquellas regiones infernales. Una sola condición le puso para sacar de ahí a su bella amada. Ir siempre de espalda a ella y jamás mirar hacia atrás, para constatar si aún le acompañaba. Hasta cruzar la luz del mundo exterior. Ésa era su única y gran condición: confiar en su amor sin la necesidad de ver. El mito dice que la llevó por los lagos nauseabundos, por los parajes oscuros, la subió a la barca de Caronte, cruzó la vigilancia del can Cerbero, y cuando ya estaba a unos escasos metros de cruzar la salida, no le bastó confiar en lo que los ojos de su corazón le decían, volteó y miró hacia atrás en la barca, para constatar tan solo que Eurídice le acompañaba desde siempre. Entonces, de acuerdo a lo estipulado, Eurídice desanda raudamente lo avanzado y frente a sus ojos su amada se transforma en un bello vapor de alma que nuevamente encuentra prisión en las regiones oscuras del averno.

Téngase presente: Como dice el viejo principio, todo mito es una verdad y como verdad es un modelo, repetible en el tiempo, para a través de ello formar y edificar conductas ejemplificadoras.

 

Estaba frente a la Vírgen y le dije: “ver para creer/ así me enseñaron que debía ser / propio del espíritu no aparecer/ Dígame Buena Señora/¿qué debemos hacer?. Después de aquella conversación, el poema de Fe se llamó simplemente: “Creer para Ver”. Así de obvio.