Es muy probable que usted tenga muchos casos de los que a continuación les voy a contar: una pareja que aparentemente son diametralmente opuestos: él silencioso, ella extrovertida, él paciente, ella inquieta e impaciente. Él contemplativo y mesurado, ella reactiva y de mal genio. Da lo mismo, también puede ser viceversa. Usted conversa a solas con cada uno de ellos y se da cuenta que ya no existe amor ni admiración mutua. Los hijos nos mantienen juntos, ellos dicen. Y pareciera que fuese así. Pero habitualmente existe una razón oculta, que muchas veces hasta ellos mismos desconocen, pero misteriosamente aprueban. En siquiatría se denominan a éste tipo de situaciones “relaciones parasitarias”. En sencillo, uno usufructua del otro, se aprovecha, se alimenta, se nutre de su energía y vitalidad. Bueno eso se llama vampirismo diría usted. Pero estamos hablando de algo un poco más extraño que eso. Uno se aprovecha, el otro dice sufrir de ese abuso, llora, gime, se lamenta. Uno se interpone conscientemente en el crecimiento espiritual del otro, (a eso matemáticamente se denomina maldad) y el otro solamente se resigna a ese abuso. Pero a la hora de que alguien se quisiera entrometer para traer normalidad a la relación, no es precisamente el o la abusadora la que nos sale al camino, sino el o la propia abusada. Los patrones de abuso y sumisión a los cuales está expuesto refuerzan su conducta destructiva aprendida desde su tierna infancia. Pero ahí no acaba todo, existen otro tipo más complejo de parejas, denominadas: “relaciones simbióticas”. Ambos son mutuamente parasitarios y destructivos. Aquí ninguno de los dos se separa del otro aunque esto sea lo correcto y beneficioso para ellos. Se destruyen y se alimentan mutuamente en sus bajezas, miedos y traumas. Son contrincantes y cómplices, antagonistas y partners.

Lo complejo de este tipo de relaciones es cuando intentan criar niños indefensos. La consulta del eminente psicoanalista M. Scott Peck se enfrentó a diario con éste tipo de relaciones.. Se aprende muchísimo el haber leído sus libros. Ayuda a salir de la guarida de víctima que uno se endosa gran parte de la vida, para invitarnos a reflexiones un poco más allá de la media: disculpe, ¿malo yo?, ¿usted dice que tengo relaciones de sumisión con mi propio hijo?, ¿relaciones parasitarias con mi esposa?. Usted está loco de remate. Varios de los pacientes de éste connotado terapeuta terminaban abruptamente las terapias que habían iniciado con sus hijos con alguna de éstas aseveraciones, y aún más, las finalizaban ofendidos, por la simple razón que el doctor Peck pensaba seriamente que el paciente no debía ser el muchacho que estaba en su diván, sino sus padres, que siempre esperaban el fin de la consulta con una bien ensayada cara de preocupación por su retoño. Cuando nos acercamos a la imagen externa del doctor M.Scott Peck nos encontramos con una presencia aparentemente frágil e indefensa, por así decirlo un “Jonn Denver del psicoanálisis”. Pero ya a la tercera sesión se debe cambiar radicalmente la opinión que tenemos de él. Agudo, inteligente, y ante todo (por Dios que se agradece: en ningún caso obvio en sus conclusiones). Conoce nuestras rutinas, nuestros paseos secretos, nuestras manías, nuestras eternas justificaciones. Es un gran aporte cuando nos habla de la maldad en nuestra vida cotidiana, sí, en su casa, en su vecindario, en el almacén de la esquina, en fin, en nuestra vida “normal y corriente”. La cosa se pone espesa cuando aparece la dupla eterna en éstos asuntos: el mal y la mentira. Usted los verá permanentemente juntos. El mal siempre miente, ésa es la forma predilecta de reconocerlo. En mi libro Magia hablo otra vez de polinomios para descubrirle o captarle claramente: “Maldad, confusión, suciedad, relajo, desorden, mentira”. El estado natural donde se sumerge quien busca deseo y no amor, quien busca sensaciones más que sentimientos. Y ahí se sumerge largo rato, habitualmente no menos de veinte o veinticinco años. Hasta que cualquier mañana o noche se espanta: el asco y la repugnancia le alejan despavorido. Otra vez Mircea Eliade: “El asco es la defensa del Ser”. Éste tipo de seres humanos necesitan siempre un chivo expiatorio a quien culpar y quien los deje a salvo de sus impecables vidas. Y cuando le encuentran, se concertan para culparle, para seguir exactamente con sus vidas torcidas, donde tan cómodamente viven. El culpable de turno, en cambio, va al exilio y comienza allí recién incipientemente su estación de Fé. Loui Mallé, el cineasta francés muestra en la escena final de su gran filme “Demage”, traducido como ”Obsesión”, una cuadro doloroso, triste, amargo, que yo no agregaría ni quitaría ni un ápice de su desenlace. Es perfecta. Es decir, aleccionadora.

Al igual que George, uno de sus tantos pacientes en el diván, cuya neurosis derivó en obsesión y luego en compulsión, desencadenándose ésa extraña manía de tener que volver una y otra vez al lugar donde una voz le habló en su mente: “vas a chocar; le vas a asesinar; morirás ésta noche”, creo que tomar la salida fácil ha sido siempre lo común en éste mundo. A la hora de sentirse encajonado, emplazado, contra la línea, salvarse, es decir, no querer o resistirse a andar el camino, o como el camino te lo enseña, aprender a pagar en silencio el precio de tu iluminación.

No por nada el doctor Peck lo mira serio y le dice: “Básicamente, usted es una especie de cobarde. Siempre que se hace un poco difícil seguir adelante, usted se entrega. Usted siempre busca la salida fácil, George. No la salida correcta. La salida fácil”.

Bueno, y ahí se vislumbra el inicio de mi libro Magia: “si usted lo quiere fácil y jugarle chueco a Dios, mire lo que le tengo: se llama Mafia, perdón quise decir Magia. En fin, todos sabemos que ambos mundos son lo mismo, sino pregúntenle a Scorcese”.