“Que hasta la belleza cansa…”
(Tomado de una canción popular, de uno que se hastió a tiempo)

Existen innumerables temas en los que ustedes y yo seguramente no vamos a estar de acuerdo nunca. Más existe un puñado de situaciones en las cuales poco importa si usted es de una tendencia política, religión, condición social o preparación académica superior o distinta de la mía. Una de las más importantes es que nada en este mundo es para siempre. Todo tiene su fin. Es decir, todo tiene un comienzo y eso hace que tenga, perdón quise decir, deba tener un fin.

El sermón o Sutra de Benarés se le atribuye a Budha (Sidharta Gautama) y tiene su data aproximadamente en el año 520 a.C. De toda la literatura existente al respecto me parece indudable iniciarse con Sidharta del nobel Herman Hesse. En esa imperdible novela tenemos el primer acercamiento a la visión del budismo y su muy especial y respetada forma de enfrentar al mundo.

En su discurso de Benarés, el Budha nos habla de la raíz del sufrimiento humano: el estar separado de la fuente original. Su ecuación es ya clásica, más no del todo comprendida. Sufrimos porque estamos separados, eso nos lleva a apegarnos, a asirnos de las cosas y las personas en este mundo, este apego nos trae sed y la sed genera codicia, por querer repetir o experimentar lo que tanto disfrutamos o nos hizo feliz, o nos reportó placer. En esa codicia caemos en el mal moral, lo que desemboca generalmente en daño, enfermedad y desorden de nuestros órganos internos y posterior muerte.

TODO CAMBIA SIN CESAR

Los acontecimientos aparecen y desaparecen en forma constante y contínua. Ese es precisamente el origen de la iluminación. Me doy cuenta que nada permanece, todo muta, todo está en contínuo cambio. Aunque lo deseemos ardientemente nunca nos vamos a bañar dos veces en el mismo río. Entonces si no existe nada que permanezca, no debe existir nada a qué aferrarse. Esta certeza el budismo la conoce como Impermanencia.

NO YO

No existe un yo permanente y contínuo, a modo de alma, como lo entendemos la mayoría de las religiones del planeta. Para el budismo no somos un yo, sino más bien conciben la forma de devenir, es decir, lo que es, es producto de las circunstancias y consecuencia del ahora. Los fenómenos físicos y mentales en ningún caso son efectos o causas en sí mismos, sino más bien son efectos dependientes de situaciones, sucesos y movimientos contínuos. Es imposible captarlo con la mente, pues es una realidad vacía, semejante al concepto del Tao. A ésta otra certeza el budismo la conoce como Impersonalidad.

Para el budismo ahí tenemos la condición humana: sufrimiento, impermanencia e impersonalidad. Y precisamente ése es su gran aporte al mundo filosófico de Oriente: el hombre sufre, y que éste sufrimiento tiene su origen en el nacimiento. Es decir, se nace y se sufre, se desea y se sufre, se codicia y se sufre, en la situación de haber nacido está el origen del dolor. La vida es entonces mala.

Lo que pareciera una postura deprimente o depresiva, tuvo en la experiencia del Budha una de las noticias más reveladoras en toda la historia de la humanidad: vejez, enfermedad y muerte. Y a éste murallón se enfrentó el joven Budha para sentirse profundamente impactado y tocado por una realidad que hasta entonces no tenía ninguna realidad en su vida. Se sentó bajo el árbol, el áspid le tentaba de cuando en vez, la ilusión, Maya, pero por amor a los seres humanos que ni siquiera intuían su tragedia humana, advino en él la iluminación, y es precisamente en aquel sermón que nos convoca en ésta ocasión, donde da la solución para escapar de esta condición trágica: el noble óctuple sendero. Al leerlo es como estar escuchando la vía cristiana de los diez mandamientos. Pero claro, pareciera religión, pero más bien es sentido común del hombre evolucionado: el hombre no puede habitar en el desorden y en el mal. Necesita por sobrevivencia, más que por pacatería, un marco moral donde moverse.Lo repito, por sobrevivencia.

Recomendable es la lectura del Sermón de Benarés, un opúsculo de 29 notas del Budha. Sentencias y meditaciones para un mundo que ni siquiera sabe que sufre y mucho menos logra atisbar el por qué sufre. Le recomiendo leerlo al menos unas veinticinco veces. Yo lo hice treinta. Y sólo después de eso pude darme cuenta de la trascendencia de su aporte.

En mi viejo estilo, en un café, tomé una servilleta y escribí: “Nada es para siempre. Correcto. Pero, atención, nada también es para nunca”.

Creo que recién ahí podemos decir: muy buenas noticias para el hombre y la mujer simple que sufre, llora y padece y ni siquiera sabe por qué le ocurre lo que le ocurre. Woyzeck de Georg Buchner no lo podría haber dicho mejor: En la casa del Doctor, cuando éste le reprocha su conducta animal, el soldado se defiende diciendo escuetamente “Pero, doctor, a gente como uno sólo le viene la naturaleza”.

Tal vez, después de tantos remilgos y siutiquerías filosóficas, eso no es más lo que somos.