¿Verdad que es gracioso afirmar
que los demonios tientan al hombre?
J.A.L.
Cuando era muy jovencito escribí un poema que hasta el día de hoy me tiene intrigado: “La más pérfida de todas las virtudes”: “Debo ir huir de ti / la muerte ronda tus aposentos/ ¿Tendré que decir que fui afortunado/ al no abrirme la puerta/ cuando arañé su madera por entrar?/ Tú la inocencia /la que pones alfileres a los niños/ en sus manos/ y se divierten / arrancándole el corazón a las palomas/ Tú, la nocturna claridad/ que enciendes el apetito voraz / de las hadas en sus vientres/ Debo huir de ti / Ya no deseo volver más a éste mundo/ No existe nada debajo de éstas estrellas / que pueda hacerme sonreir / ¿Por qué no me dijiste / que conocías todos los misterios en éste tablero funerario de la Vida?”. Es bastante más largo. Dejémoslo sólo hasta ahí.
En mi experiencia sobretodo en el tortuoso mundo de la magia concluí sin querer ser peyorativo ni mucho menos irrespetuoso: “en éstos arrecifes se hace mucho más daño siendo simplemente torpe que implacablemente malo”. Lo mismo ocurre con la candidez. Partamos por definirla: “calidad de alma pura e inocente, ingenuidad”. Es decir, una virtud, en tanto primero una “fuerza de las cosas para producir sus efectos, ante todo para conservar la salud corporal”. O sea, primero se es virtuoso para mantenerse sano, que virtuoso para hacerse bueno.
No es entonces tan aventurado afirmar que un ser humano que le da mayor importancia a su cuerpo que a su alma, ante todo es cándido y virtuoso, en el estricto significado que le daban los antiguos a esta palabra. Buscan la salud integral de su ser, pero intuitivamente parten por cuidar su habitáculo, sin siquiera inquietarse por el bienestar espiritual. La candidez en tanto pura, actúa en forma indiferenciada, salvaje por así decirlo: puede ser simultáneamente cariñosísima y déspota, lumisosa y albergar rasgos psicopáticos. Es por ésta razón que la religión linda peligrosamente entre lo sagrado y el sanatorio, entre lo divino y lo esquizofrénico. Aprendí a conocerme y aún río de buena gana al ver a todos aquellos santones que se ponen su uniforme radiantemente blanco y su bien cuidada barba blanca, antes de atreverse a decir algo interesante o al menos que huela a divino. Sígame en mi razonamiento y dígame por favor si estoy equivocado. Para ello siempre ocupo el viejo truco de los polinomios: abro paréntesis: (blanco,puro,intocable, impoluto, inalcanzable, inaccesible, lejano, aislado, solitario, lobito, escapado, montaña, ashram, ordenadito, blanco, puro, impecable, por favor no me toques) .Cierro paréntesis.
Eso es lo que nos enseñaron que era lo puro, o al menos lo que se le parecía. Y salimos arrancando todos a la montaña. Y desde entonces ésta paranoia y éste terror animal al ser humano al estar hablando de amar a nuestros semejantes. Te amo, pero no me toques, oro por ti, pero ni loco te doy la mano.
Me voy a adelantar a su pregunta que cae de cajón: ¿entonces que es lo puro?. Tal vez nadie tenga la respuesta a ésta gran interrogante, pero yo sí tengo la respuesta a lo que debería ser: otra vez mi truco de los polinomios. Abro paréntesis (oscuro, sudoroso, cansado, sucio, maloliente, despeinado, contigo, a tu lado, yo por ti, oro por ti, sufro por ti, dame la mano, te amo, pero no me abraces que estoy inmundo y doy asco). Cierro paréntesis.
Termino éste post con un guiño al gran Rudolf Otto, quien nos abrió la cabeza a quienes estábamos enfermos de tantas virtudes patológicas: lo santo no es lo bueno, ni lo luminoso, lo santo y puro es lo NUMINOSO, es decir lo que quieres abrazar, pero te da miedo hacerlo, es aquello que quieres ir feliz a su encuentro, pero te frenas en tu carrera y caes de cabeza ante sus pies en reverencia y temor reverencial.
¿Le ha pasado esto alguna vez, lo que los eruditos llaman “la experiencia de lo numinoso”?. O tan sólo es un fans más de su “maestro”,y termina sacándose selfies con su sabio gurú y guía.
Si es así, mi comentario se lo endoso a lo que me repite continuamente mi hermana Patricia entre risas: “¡qué fuerte lo tuyo!”.
Rudolf Otto (1869-1937): Eminente teólogo y erudito alemán en el estudio de las religiones comparadas.